
Nunca te dije lo mucho que te quería. No hacía falta. Ya lo sabías.
Tampoco te dije lo mucho que te admiraba… Y tampoco hacía falta.
Ese hermano que hacía también de padre, desde que era pequeño, y hasta ahora. A mis 48 años, preocupándote de dónde vivía, que por qué estaba solo, perdido en tierra extraña. Que te dijera cómo llegar a mi casa, por si me pasaba algo, por si necesitaba cualquier cosa. No necesitaba nada, porque sabiendo que estabas ahí, me sobraba todo lo demás.
Me he quedado sordo de gritarme con el Ángel de la Muerte, de pedirle que me acogiera el primero si tenía que llevarse a alguien de mi familia. Pero no ha querido escucharme.
Hubiera dado cualquier cosa por haber sido yo y que pudieras seguir con todo lo que te hacía soñar.
Gracias por todos esos años dedicados a tu familia. Por tu amor incondicional.
Me queda un vacío enorme, un hueco irreemplazable. Un roto que ni los rayos de sol podrán coser.
Te voy a echar tanto de menos el resto de mi vida….
Doyo