No pudimos despedirnos. No dio tiempo.
Hoy hace un mes que hablé contigo por última vez. La vida es una perra. Tu ausencia pesa como una losa.
Crees que se trata de conseguir objetivos, propósitos, crear, construir, crecer, obtener, evolucionar, y en una llamada se va todo lo que conocías, lo que normalizabas, por el sumidero.
Y aquí estoy, en herida abierta, imposible de cicatrizar, de aquí al día de mi muerte.
Pero nada va a impedir recordarte hasta el fin de mis días y poder despedirme ahora.
Hasta siempre, hermano mayor.
Ojalá hubiera podido darte un último abrazo.
Ojalá hubiéramos podido ir de nuevo a La Palma, salir en bici, jugar al pádel, o simplemente tomar un café en ese bar de mierda de la playa que te gustaba tanto.
Ojalá recibiera esa llamada diaria. Eras la única persona que me llamaba todos los días. Y yo, como un imbécil, a veces me quedaba mirando el móvil sin ganas de contestar. Nunca estuve a la altura como hermano.
Ojalá pudiera traerte de vuelta, pese a que el universo me condenase a una muerte agónica.
Ojalá que estés bien, allá donde sea que te encuentres. Seguro que sí.
Nos vemos hermano. Siempre fuiste uno de los pilares de mi vida.
Hasta siempre.