Me gusta el frío. Y la nieve. Mucho más que el calor agobiante del verano. Finse es un lugar ideal en ese sentido…
Llevaba solo dos días alojado en el hotel (el Finse 1222) y
aún faltaban otros dos para que llegasen mis amigos de Bélgica, así que me encontraba solo. Las opciones allí no son muchas, (a no ser que busques un lugar tranquilo para escribir la novela de tu vida, que no era mi caso), pero los paisajes son espectaculares, y más aún lo es el silencio…
La sensación de pasear en bici por caminos mezclados de tierra y hielo, de buena mañana y cuando la temperatura aún está por debajo de los cero grados, oyendo solamente la fricción de las ruedas sobre el terreno es una experiencia cuanto menos peculiar. Cualquiera que me hubiera visto aquella mañana pensaría sin dudarlo que no soy muy normal (no me importa, de hecho, me jacto de ello), pues la espesa y poco habitual niebla que había a aquellas horas tampoco lo era, según me dijeron los empleados del hotel más tarde.
La niebla fue la causante de todo. La niebla fue la causante de aquel insólito hallazgo…
Fue todo muy rápido, de hecho, merecía tropezar con aquella piedra en medio del camino
merecía caer por la ladera y golpearme la cabeza desprovista de casco… No sé cuanto tiempo permanecí inconsciente, pero cuando desperté, la niebla seguía ahí, infranqueable, densa, misteriosa, como una cortina que espera ser corrida para desvelar lo inefable…
No llevaba movil, ¿para qué?, si solo iba a dar una vueltecita a ciegas por un lugar donde los vecinos se encuentran a cinco kilometros de distancia entre ellos, como mínimo. Y además, ¿a quién iba a llamar?, ¿a mi familia?, “Oye, venid a recogerme, que me he caído, solo son 3000 kilometros de nada, en unas treinta horas de carretera estaréis por aquí. Gracias”.
No.
Me incorporé y maldije el momento en que cogí la bici en lugar de unos esquíes, como hace la gente n
ormal en esta época. Rápidamente me di cuenta de que algo estaba pasando; al principio pensé que se trataba de mi cabeza, pues un zumbido constante parecía envolverlo todo. Luego comprobé que provenía de unos cuantos metros justo por delante de donde yo me encontraba y avancé cauteloso… Llegué a un lago, pero de eso me di cuenta no por el hecho de verlo (el manto de niebla seguía inamovible) sino por el cambio de sonido de mis botas sobre el terreno. El zumbido seguía aum
entando y me preguntaba si se trataría de alguna máquina quitanieves, o un aserradero, por decir algo y por disipar un poco mi inquietud… Pero no tenía nada que ver. Ni mucho menos.
No puedo explicarlo porque no sé lo que ví, pero puedo intentar describir aquellos objetos: Se trataba de un montón de esferas de un color azul intenso, como de cristal, como orbes celestiales del tamaño de un balón de basket aproximadamente, con una especie de visor circular de color rojizo o anaranjado en cada una de ellas, como si fueran cáma
ras de seguridad, apuntando aleatoriamente pero todos mirando hacia la superficie. Podrían ser sin dudarlo más de un centenar de esferas, congeladas y casi a ras de la superficie…
No puedo explicarlo porque no sé lo que ví…
En lugar de salir pitando, avancé por en medio de aquel extraño concierto y por un momento tuve la sensación de que aquel ejercito de artilugios me observaban al unísono. Cuando parecía haber llegado al otro extremo de la formación (por cierto, todos equidistantes), reparé en algo que me llamó aún más la atención y no porque no conozca al bicho en cuestión sino porque me parecía tremendamente extraño verlo fuera de su entorno habitual, bastante más cálido: Una libélula permanecía posada en una de las esferas agitando las alas enérgicamente. Me acerqué más y entonces comprendí que de algún modo había quedado atrapada en el objetivo, por llamarlo de alguna manera. Podía oír perfectamente el zumbido de sus alas intentando librarse de aquello. Cuando fui a tocarla logró huir del lugar… y fue entonces cuan
do me percaté de que las esferas habían dejado de hacer ruido. Miré alrededor y aquello me inquietó. Ahora la niebla se había disipado un poco y podía ver con más claridad el alcance de aquello: eran más de cien, ahora lo sé seguro, y se callaron como la calma que precede a la tormenta… era como estar en el ojo del huracán… aquello no era bueno,
Crak…
nada bueno…
…Crack
El suelo comenzó a agrietarse en torno a las esferas y a mi alrededor, el pánico se apoderó de mí saltándose sensaciones previas más contenidas y comencé a correr sin considerar que aquello me perjudicaba más que otra cosa, ya que al impactar violentamente sobre el suelo lo único que conseguía era acelerar el resquebrajamiento del hielo. Las esferas iban saliendo a flote a mi paso, como el que asoma la cabeza en el mar, y según lo hacían giraban sus “visores” hacia mí y volvieron a emitir ese inquietante zumbido…
Crack…
No iba a llegar a la orilla… vamos, ya casi est
Crack
No llegué a la orilla…
El suelo se abrió bajo mis pies como un cristal y se me cortó la respiración al notar como mi cuerpo perdía toda la sensibilidad casi al instante. Lo último que ví antes de que se me acabara el tiempo fue a las esferas rodeándome, observándome, puede que analizándome y luego…
desapareciendo
en
el
fondo…
Bzzzzzzz
Bzzzzzzz
Eran las siete y media de la mañana en mi habitación del hotel Finse 1222, pero había puesto el despertador del móvil a las ocho. Me incorporé a
medias para cogerlo, pensando que lo había dejado en silencio, pero di un respingo al notar aquello: una libélula se había quedado enganchada y justo cuando fui a ayudarla consiguió liberarse, dando vueltas como loca por la habitación. Abrí la ventana para que se fuera: una densa niebla como nunca antes se había visto en la zona invadía el paisaje…
Licencia: Todos los derechos reservados
Año de creación: 2016
Estado: VENDIDA
Tipo de obra: Pintura / collage
Medidas (en cms)
Altura: 80
Anchura: 80
Profundidad: 4
Soporte: Lienzo 3D